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domingo, 28 de septiembre de 2008

Aquella tarde...

Acababa de llegar el otoño. Entró en acción como sólo sabe hacerlo esta singular estación. Con tormentas y nubarrones. La verdad es que ya se echaba de menos. Tanto calor agota hasta al más veraniego.
El salón estaba en penumbra. Todavía lucía el sol, pero tras las densas nubes que cubrían el cielo en la ciudad. Poca luz, pero todavía algo, entraban por el ventanal del salón. La radio extrangulaba el silencio y la tranquilidad en el salón. Siguen dando la publicidad cantada en el Carrusel, como en la radio allá por los años cuarenta. Digno de agradecer el trabajo de esos profesionales. Sobre la mesa una taza de café humeante y un cenicero con más ceniza de la que debiera y un cigarro encendido tratando de imitar el humear del café. La tarde avanzaba muy lentamente con los árboles de la plaza bailando tímidamente al son del caprichoso viento, muy lentamente, tal y como avanzaba todo esa tarde. Muy lentamente...
My Broda me dijo que volvería hoy. Eran las siete menos diez y todavía seguía esperando. La ropa esperaba en la lavadora a ser rescatada para secarse y más ropa aguardaba en el cesto de la plancha para que alguien borrara las arrugas y las devolviese a la vida. Y el somier, vacío como el alma de un asesino, esperaba a ser arreglado apoyado en la pared. Vigilando impasible el dormitorio. Esperando a algo que no llega, como Penélope en la canción de Serrat. Mirando con envidia al colchón, que ocupa su lugar como burlándose de su aparente inutilidad. Todo transcurre lentamente, excepto la ya mencionada radio con el Carrusel, que sigue vomitando palabras a velocidad de vértigo. Que lenta pasa una tarde de domingo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si señorrrr... que aburridas son las tardes de domingo. Y más en esta época...Odio los domingos. Saludos, Ana